Todos tenemos profunda necesidad de la redención de Cristo. Y esta necesidad tiene sus raíces en nuestra propia condición humana: débil, limitada y siempre amenazada por el misterio del pecado, del dolor y del sufrimiento. Esto es un enigma, que sólo a la luz de la fe cristiana encuentra su interpretación exacta y salvífica. 

Una concepción racionalista de la vida no hace más que aumentar el dolor y la angustia del hombre e, incluso, puede llevarle hasta la desesperación. Por el contrario, la Iglesia nos enseña, como hoy lo hace en su liturgia, a iluminar el problema del dolor a la luz de la revelación divina.
El libro de Job proclama la trascendencia de Dios eterno sobre las limitaciones de la vida humana en el tiempo. El dolor y el sufrimiento son, para el hombre, un signo de sus limitaciones y de su debilidad, y al mismo tiempo una llamada providencial, para purificar su vida y buscar en Dios la salvación.
Cristo Jesús, el Siervo de Dios, padeciendo por los pecados de los hombres (Is 52,13ss.), ha tomado sobre su Corazón redentor nuestras miserias y debilidades, y ha orientado eficazmente nuestras vidas hacia la salvación definitiva y eterna.
La Iglesia, responsable y depositaria de la obra redentora de Cristo, siente a diario hondamente la necesidad que todos los hombres tienen del Evangelio de salvación. Y la evangelización es misión de todos los cristianos, cada uno según su vocación y circunstancia.
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